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GOLPEANDO AL VIENTO


Sobre lucha, derrota, victoria y eternidad, es la voz de Dios que hoy comparto en Mis Letras.


Los expertos en boxeo concuerdan en que, una de las causas principales por la que se pierde una pelea de box, no es tanto la aptitud física, la velocidad de las piernas, ni la fuerza del impacto, sino el hecho de dar más golpes al aire que al cuerpo del rival. Errar al blanco repetidas veces desgasta. Estos expertos dicen que la fatiga de los músculos de los brazos se produce tanto por impactar como por fallar. El movimiento es el mismo y, al no acertar el golpe, todo el cuerpo debe realizar un trabajo extra para recuperar la posición ideal, cosa que no sucede si se da al blanco.

También en la vida, que no se diferencia mucho de un ring de box o una lucha constante, cuantos más golpes al aire damos más nos cansamos.

Quiero compartirte un dato curioso con respecto a los lobos. Cuando un lobo va perdiendo la pelea contra otro lobo y entiende que ya no tiene posibilidades de ganar, el lobo perdedor ofrece apaciblemente la yugular al oponente, como si dijera "Perdí, acabemos con esto de una vez".

Sin embargo, en ese momento, ocurre lo increíble. El lobo ganador, inexplicablemente, se paraliza. Una fuerza indescriptible le impide matar al que desde su interior reconoce la derrota.

Algún mecanismo o función, incrustado en el ADN o más allá de él, se dispara en el lobo ganador y le recuerda que la especie es más importante que el placer de eliminar al contrincante. ¡Qué maravilloso discernimiento instintivo!

Nadie llamaría cobarde al lobo que se entrega, ni indulgente al que se paraliza, simplemente el milagro ocurre. Ni vencedor, ni vencido. Ambos lobos se alejan y la rueda de la vida continúa.

La pregunta hoy sería; ¿dónde estas dando tus golpes?...

Tal vez de ahí el cansancio y el agotamiento que estás experimentando. Dijo el apóstol Pablo: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Cor. 9:26-27). O sea, no gasto energía en cosas intrascendentes, dice él, más bien aplico esa fuerza en auto disciplinarme, en ser el propio verdugo y castigador de mi cuerpo y sus pasiones; de mi alma y sus emociones, de mi mente y sus convicciones.

Cada día, el apóstol Pablo buscaba vencerse a sí mismo, antes que intentar vencer a nadie más. Él sabía que la esencia de ser hijo de Dios; es más importante que el placer y el orgullo personal de una inútil y carnal victoria que podría conducir a una derrota eterna.

¿Qué te parece si ante esa batalla inútil dejas que se libere el discernimiento instintivo del espíritu? Nadie gana y nadie pierde; sólo se descansa en el TODOPODEROSO. Y así la rueda de la vida eterna continúa para todos…

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